OCUPANTE Spain 2018

Grimanesa Amorós
CRISTALES ROTOS

Begoña Torres González

En el año 2013 tuve la ocasión de invitar a la artista peruana, afincada en Nueva York, Grimanesa Amorós, a llevar a cabo una exposición –Fortuna- en el espacio La Fragua, de Tabacalera. Promoción del Arte, que precisamente se inauguró con su proyecto.

El video Ocupante fue un trabajo que la artista llevó a cabo en la planta segunda de Tabacalera, en los días en los que se encontraba en el edificio montando la exposición. En aquellos momentos, todavía se conservaban en esa área diversos materiales y deshechos, objetos e, incluso, filtros de cigarrillos, cartones de tabaco, papel, etc., que a día de hoy han desaparecido. Muy pocas personas tenían permiso para subir a esa planta y Grimanesa, como bien expresa en el video, fue una de las afortunadas que, acompañada por dos trabajadores del centro, tuvo la posibilidad de llevar a cabo este viaje excepcional.

Las imágenes con las que empieza este proyecto transcienden el documento, se inscriben más bien en una cierta búsqueda de la memoria, intentando comprender lo oculto pero insistente que permanece en este almacén de residuos históricos que es la vieja fábrica de Tabacalera. Se trata de apresar aquello que escapa al registro exhaustivo de la cámara, buscando un paisaje desconocido, inexplorado, donde la luz nace y muere cada día y los recuerdos se entierran bajo las losas.

Podemos nombrar a multitud de artistas que han encontrado un verdadero filón en el tema de la moderna ruina arquitectónica, especialmente en “los espacios del anonimato” de los que hablaba Marc Augé o en el solar vacío y abandonado, donde desarrollar una serie de acontecimientos artísticos.

Quizás sea Gordon Matta Clark el que mejor ha definido la ruina como parte de un ciclo, trabajando en edificios antiguos y barrios deteriorados en los que, siguiendo sus propias palabras «la disponibilidad de estructuras vacías y abandonadas sirve de recordatorio de la falacia de la renovación modernizadora”.

Pero en esta obra Grimanesa Amorós aunque siempre dentro de esta sensibilidad no se muestra tan crítica, está más interesada por llevar a cabo una metáfora visual, un viaje de descenso e introspección personal, en el que se adentra en un territorio de metáfora e intimismo, de memoria y tiempo, de poesía y sueño. Es lo que Gaston Bachelard llamaría un “estado de ensoñación”, que no deriva del sueño, sino que, de forma consciente, mezcla las funciones de lo real y lo irreal para construir un mundo que da al yo un no yo; no es un modo de evasión de la realidad, sino un liant que poetiza al soñador.

Un liant, es decir un vínculo, un ovillo desplegado en el laberinto… Grimanesa camina y cuenta una historia que, siguiendo un rumbo, invita a elegir un camino, recordar los pasos, perderse, encontrarse, equivocarse y transitar por esa arquitectura deshabitada, donde la ausencia es también una forma de presencia.

El laberinto es el símbolo del lazo que une las cosas, aquello que vincula nuestro pasado con nuestro presente, el interior con el exterior del ser humano, lo eterno con lo pasajero. El laberinto es también un instrumento, del que nos valemos para encontrar el camino que conduce a la solución de un problema complicado.

Las imágenes del video Ocupante actúan a la manera de dispositivos de sensibilidad y pensamiento, ayudándonos a reflexionar sobre nuestra visión del mundo, sobre nosotros mismos, indagando en cuestiones tan vitales como la fenomenología de los valores de la intimidad de los espacios interiores, los topo análisis de lo secreto y escondido, la construcción y la ruina, lo privado y lo público y el efecto que estos temas producen sobre nuestras conciencias y sobre la configuración del mundo que nos rodea.

Dar vida a lo que se desintegra es una idea muy romántica, salpicada de matizaciones negativas, que ha recorrido buena parte de nuestra historia desde la antigüedad y ha sido abordada por artistas, literatos, poetas, filósofos, desde distintos puntos de vista: la ruina, la catástrofe, la destrucción, la nostalgia, el destructor paso del tiempo, lo siniestro, la fatalidad, la decadencia, el cadáver o el resto.

La ruina, en su sentido más clásico, es un estado evocativo, afectado por el elemento nostálgico y melancólico. Estas imágenes ejercen en el espectador una atracción a la que difícilmente se puede oponer resistencia, y también una cierta tristeza; en algunas de ellas se diría que algo trágico flota en el ambiente, en la intersección de los muros, en las barandillas de las vacías escaleras, en las enormes habitaciones donde tuvieron lugar hechos importantes y también cotidianos y nimios, secretos ocultos bajo las sombras que, en estos momentos, mueren bajo el peso de la extinción y el olvido.

Hay mucho de visual y poético en estas imágenes, que nos atrae irremediablemente hacia su interior; esa pérdida de solidez y corporeidad, ese aspecto perecedero, induce a pensar también en el paso del tiempo, acentuando la ruptura de los sueños ante la realidad y añadiendo un especial carácter emocional. En palabras de la propia artista su intención última fue “llevar al espectador a un viaje a través de diferentes espacios físicos, donde los sueños y la realidad intermedian constantemente y se convierten en los ocupantes de sus sueños y sus propias realidades”.

La idea y la comprensión del tiempo y también de la memoria se han visto modificadas en los últimos años. Ahora sabemos que hay diferentes formas de tiempo y no solamente la matriz objetiva del tiempo del reloj. El tiempo no se contempla hoy en día como algo simplemente neutral y objetivo, sino como un medio que permite comparaciones y equivalencias de movimientos, a través del espacio. Entra en juego un factor fundamental que es el psicológico, el subjetivo, entendiendo el tiempo como una construcción humana, y no únicamente como algo inherente o esencial a la naturaleza.

Según Heidegger el tiempo debe ser visto como la naturaleza de la subjetividad humana. Más específicamente Bergson argumenta que el tiempo y la memoria tienen que ser entendidos desde el punto de vista de la temporalidad personal. Para Mead lo real es el presente y, el pasado, se construye en relación con la realidad del presente. La memoria se ve envuelta en una serie de sentidos diferentes; esto es precisamente de lo que hablaba Proust, cuando se refería a que nuestros brazos o piernas son nuestra memoria. Cada momento del pasado se construye de nuevo, es continuamente recreado.

Grimanesa pasea por este lugar de extraña belleza, este espacio situado entre el yacimiento, la arquitectura y la escultura, en el que la alteración de las superficies, la erosión y la pátina, el desgaste de los cantos y ángulos, indican un trabajo de descomposición lento, pero inexorable.

Es un yacimiento en el que superponen y apilan diferentes capas, como en el sedimento de la propia memoria, donde la artista deambula, pisando el hummus de la desaparición: un cobertor compuesto por restos entremezclados y apilados de escombros, bolsas, papel, objetos metálicos abandonados, tapizados por la hojas del otoño, donde no hay límites entre lo orgánico y lo inorgánico.

Grimanesa se fija en la luz y en la atmósfera, remarcando la superficie de cada partícula, de cada desconchón, del polvo que flota en el aire, del rayo de sol que nace y muere cada día, disuelto en el ambiente de ese contenedor de la inmensidad vacía.

Busca imágenes definitivas, pero no el instante decisivo: busca un alma, un rostro, historias… busca emociones y escalofríos, detener el tiempo, enmarcar el mundo de manera diferente para mostrar algo interesante que fácilmente podemos pasar por alto, desechado por el actual ritmo frenético de nuestra vida.

Y frente a las cosas, un retrato, una cara femenina que parece fusionarse con el entorno o más bien el rostro de ese ser interior que se funde con el mundo visible y se ve dentro/fuera. Porque hay un fuerte toque elegíaco en este trabajo, el efecto de un poderoso ojo compositivo que pone las cosas en el lugar correcto en la imagen y encuentra el momento adecuado para reflexionar sobre la materialidad y la temporalidad.

Merleau Ponty en Fenomenología de la percepción distingue el espacio geométrico, del lugar antropológico y, a su vez, del espacio existencial, lugar de experiencia, de vínculo, de relación con el mundo, esencialmente vinculado con un medio.

Y precisamente Grimanesa, como si tuviera una conexión intuitiva con ese lugar abandonado, como si oyera una voz o sintiera una presencia, como si las paredes hablaran, intenta retener algo, trata de conseguir que algo sobreviva, reflexionar sobre el extrañamiento del yo respecto a su entorno.

Un entorno que parece plagado de seres inanimados y animados, impregnado de una profunda y poética soledad, de personajes en tránsito y escenarios mínimos, de luz y oscuridad, de fragmentos en negativo y positivo, de momentos fugitivos, de siluetas y sombras, de rastros del paso del tiempo… un registro visual de lo que podría perderse para siempre… cristales rotos.

Tabacalera